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Preocuparse y Ocuparse

Autoría: Felipe Alberto Corral

Es el 27 de marzo de 2020. 

Hace dos semanas volví a Bogotá para un entierro. 

Nunca imaginé que además de cuarentena preventiva para mí, hoy todo el país, con excepción de los 34 grupos de excepciones, está en una situación similar. El mundo y la vida pueden cambiar de un día para otro. Los que entramos a nuestras casas antes de la cuarentena, no somos los mismos que saldremos de ellas cuando termine.

Sin embargo, una cosa es la perspectiva desde un apartamento amplio en el Norte de Bogotá. Otra completamente es la de nuestros amigos en las áreas mineras del Cesar o La Guajira, en las zonas rurales de Boyacá, Tolima o los Montes de María. En regiones que pueden tener niveles de desempleo de hasta el 20%, niveles de informalidad de hasta el 80% y niveles de contaminación que no deberíamos tolerar nunca, la cuarentena es sinónimo de tragedia humanitaria. 

En menos de tres días, ya son demasiados los llamados que desde la Red de Iniciativas Comunitarias hemos recibido para apoyar a nuestros amigos en el territorio. Comida, agua, desinfectantes, tapabocas. Todo hace falta y demasiado pocos hacen o pueden hacer algo. Y no obstante, como dirían unos famosos luchadores, preguntando avanzamos. Esta crisis es una prueba a la fe en que el ser humano y sus colectivos son capaces de sobreponerse a sus circunstancias y hacer cosas extraordinarias. Si nos ponemos a ver, las raíces estructurales del problema de salud pública al que se enfrentan nuestros amigos y aliados en los territorios periféricos de esta Colombia segregada y fracturada, van mucho más allá del COVID-19. Desde el abandono estatal, pasando por el racismo ambiental y económico, la corrupción endémica y el modelo extractivista al que nos matricularon hace poco más de 40 décadas, ahora todo confluye.

Y no obstante, como dirían unos famosos luchadores, preguntando avanzamos. Esta crisis es una prueba a la fe en que el ser humano y sus colectivos son capaces de sobreponerse a sus circunstancias y hacer cosas extraordinarias. Si nos ponemos a ver, las raíces estructurales del problema de salud pública al que se enfrentan nuestros amigos y aliados en los territorios periféricos de esta Colombia segregada y fracturada, van mucho más allá del COVID-19. Desde el abandono estatal, pasando por el racismo ambiental y económico, la corrupción endémica y el modelo extractivista al que nos matricularon hace poco más de 40 décadas, ahora todo confluye.

El corredor minero del Cesar, por ejemplo, combina una población con niveles altísimos de malformaciones genéticas, enfermedades respiratorias crónicas, deficiencia en la prestación de agua, salud, energía y educación. Ahora, con un virus que ataca más mortalmente a personas con precondiciones de salud, para el que se necesita agua como manera más efectiva de la prevención, además de hospitales y UCIs que funcionen, ¿qué pueden esperar las personas en el territorio? Después de mil millones de toneladas de carbón producidas en Cesar y Guajira (unos 50 mil millones de dólares en riqueza extraída), ¿qué desarrollo pueden mostrar territorios como estos? La gente tiene y debe tener miedo. Pocas veces se ha estado tan mal preparado ante una emergencia. Y pocas veces es tan claro que la situación es el resultado, no de un plan diabólico para destruir a las comunidades afectadas, sino de una seguidilla de 40 años de decisiones cortoplacistas, egoístas y en muchos casos abiertamente racistas.

Pero todas las crisis tienen varias caras. Esta por fin termina de mostrar el verdadero ropaje del emperador, ¡está desnudo! Las comunidades perdieron en gran medida su soberanía alimentaria, productiva y hasta epistemológica. La minería a gran escala de carbón contribuye de forma constante a este desarrollo. Pero todo lo perdido se puede y debe recuperar. Es lo justo. Y hoy es urgente. Para ello, la Red de Iniciativas Comunitarias empezó un esfuerzo colectivo con diferentes líderes comunitarios, colectivos, organizaciones, universidades y empresas para facilitarle a las comunidades a las que podamos, las herramientas para que, durante esta crisis, puedan ir sentando las bases para una mayor autosuficiencia. Esto incluye la elaboración comunitaria de tapabocas o de gel desinfectante. Pasa por facilitar el acceso y conseguir el financiamiento para filtros de agua que permitan a hogares y comunidades volverse resilientes ante los problemas de carrotanques o acueductos. Contempla también la capitalización de cajas comunitarias de ahorro que permitan la compra al por mayor de alimentos, para ser distribuidos a precios justos o de forma gratuita dentro de las comunidades. Apunta, en pocas palabras, a regenerar y fortalecer en el territorio las capacidades necesarias para proteger la vida digna. No solo durante la pandemia que ahora vivimos, o la depresión económica que se anticipa la seguirá, sino para el tiempo después. Mientras unos ven el fin del mundo en esta crisis, nosotros proponemos sentar, de forma conjunta, solidaria y participativa, las bases de algo nuevo. Mejor. Justo. No es momento de sucumbir a la preocupación y la angustia. Es hora de ocuparse para que salgamos mejor de esta terrible situación que se prolongará más de lo que nos anuncian. Eso es RICO.

Las y los invitamos a sumarse, a aportar y a compartir. Lo que puedan. Cuando puedan. Si pueden. Todo cuenta.

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